9.02.2011

Más recortes (publicat al Diari de Tarragona, divendres 19 d'agost)


Un decenio, doce, quince años: y una nueva crisis. Esta vez financiera. Esta vez parece que por culpa de la especulación de los mercados financieros, que se dedicaron a empaquetar deuda: manzanas podridas bajo un celofán estrellado (el truco más viejo del mundo, el truco más viejo de la publicidad, el truco más viejo de los estafadores). Pero los viejos trucos siempre funcionan —la única premisa es no abusar de ellos, de ahí el carácter cíclico de la economía—; se trata de jugar con los instintos más bajos del ser humano: con su codicia, su vanidad, sus inseguridades: yo te dejo dinero y tu te lo gastas; cuando se te acabe yo te dejaré más; y cuando ya no te acuerdes de lo que cuesta ganarlo, cierro el grifo, me quedo con todo lo que has comprado con mi dinero y me sigues debiendo todo el dinero que te dejé. Y si por el camino algo no me sale como esperaba, o no me sale a cuenta el negocio, rompo la baraja y a tomar viento. Así de simple. Así de fácil.

Y al tiempo que todos jugábamos al Monopoly, la administración se hinchaba con las plusvalías de tanta prosperidad: se construían polideportivos parecidos en pueblecitos cercanos, piscinas y gimnasios municipales, jacuzzis para el bienestar de sus 150 habitantes, teatros para poder ver las mismas obras que ya se programaban a quince kilómetros sin necesidad de salir del pueblo, facultades con centenares de catedráticos y profesores para decenas de alumnos (la universidad da para unos cuantos artículos); ayuntamientos de menos de 250 habitantes con alcaldes a sueldo, miles de concejales, consejeros comarcales, presidentes de consejo, diputados y presidentes de diputación —ya me disculparán que no abuse de las mayúsculas—, delegados territoriales de la Generalitat, diputados y consejeros autonómicos, presidentes de gobierno, de parlamentos y de senados, delegaciones del gobierno central, diputados y senadores del Gobierno de España, parlamentarios europeos —todos con sus sueldazos, sus cohortes, sus carros, sus soldados, sus dietas, sus reuniones, sus desplazamientos, sus teléfonos, ordenadores, twitters, facebooks, secretarios, gabinetes de comunicación, sus vergonzosas pensiones—; cargos de confianza (algunos sin formación ni experiencia en sus cargos), funcionarios y profesores y maestros —escogidos con criterios del siglo XIX, ante tribunales arbitrarios, sin derecho a recibir una explicación sobre el aprobado o el suspenso.

Y policías, sí. Eso sí. Muchos policías y muchas cárceles. Para garantizar nuestra seguridad, la de nuestros políticos, la de nuestro sistema financiero —entretanto, el Paseo de Gracia se llena de señores Núñez y Millet y Prenafeta y Muñoz, paseando su impunidad. Policías que aplaquen el golpe, la caída; hasta que dentro de un par de años o un lustro todo vuelva a su sitio y volvamos a sonreír y empecemos de nuevo a amasar el sueño de ser todos ricos y propietarios, sin distinción de clase social ni de raza ni de nada. Y un decenio más tarde, otra vez la soga en el cuello. Las escuelas de negocios (esas que encumbran a nuestro país a las más altas esferas de la inteligencia económica) ya habrán inventado o justificado una nueva manera de estafarnos a todos y, cuando todo vuelva a estallar, los periódicos volverán a llenarse durante años con los pormenores de la estafa. Y saldrán por la tele los mismísimos estafadores explicando, como si la cosa no fuera con ellos, como las moscas acudían al panal de rica miel y como morían asfixiadas por la gula y la lujuria de ese festín programado y pensado por ellos mismos. Y se divertirán de nuevo con sus hipótesis y predicciones. Como si contemplaran un espectáculo pirotécnico.

Quizá sí que podríamos empezar a recortar. Podríamos empezar por cerrar las escuelas de negocios que servían para adoctrinar a los especuladores y empaquetadores de manzanas putrefactas. O por aglutinar ayuntamientos hasta gestionar un número de habitantes suficientes para disponer de unos determinados servicios regulados por ley; y, en consecuencia, acabar con las administraciones supramunicipales y demás reinos de taifas. O por vaciar los ministerios que tienen traspasadas las competencias a las autonomías, o los que las tienen traspasadas, de facto, al gobierno europeo. O por agrupar a todas las universidades públicas catalanas bajo una misma marca; racionalizando y descentralizando, claro. O por clausurar las líneas de AVE llenas de polvo y los aeropuertos fantasma; y encerrar, de paso, a los que los mandaron construir.

Podríamos empezar por muchos sitios, pero sólo a ellos se les ocurriría empezar por nuestra educación, por nuestra cultura y por nuestra salud.

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