Durante los años de bonanza económica para los trabajadores y pequeños empresarios —ahora sólo lo son para el sector financiero y los especuladores—, las políticas culturales de muchos ayuntamientos y administraciones públicas en general consistían básicamente en abastecer de subvenciones a las entidades y asociaciones culturales, cívicas o sociales; a parte, claro está, del dispendio de las fiestas mayores: siempre dirigido a satisfacer a todos los públicos y a superar la juerga del año anterior.
Este tipo de política a corto plazo, dirigido sólo a volver a ganar las próximas elecciones municipales, ha comportado (con las actuales restricciones del presupuesto) la desaparición, prácticamente total, de la pequeña industria cultural y ha ahuecado la capacidad de movilización y de actuación de las asociaciones culturales. Y es que, una vez recortadas las partidas con más gasto —sanidad y educación—, la cultura aparece —o deberíamos decir: reaparece— como el elemento más frágil y prescindible; y, como casi siempre, eso comporta la evaporación de proyectos que nunca habían sido nada más que humo, pero también el fin de proyectos sólidos, serios y de largo recorrido que sufrirán la asfixia de la repentina obsesión por frenar el déficit.
Ante este panorama, podemos y debemos clamar al cielo —o a donde sea— y lamentar la ceguera de los políticos que, para salvar sus reinos de taifa, no se les ocurre nada más que quitarse una mísera paga extra, pero sin renunciar a seguir con las multiplicidades administrativas o con pensiones y privilegios que sólo gozan ellos y no el resto de mortales. Pero a parte de ese clamor necesario, también podemos cobijarnos al abrigo de nuevas formas de activismo cultural, como el crowdfunding (o financiación en masa): Se trata de ayudar a financiar todo tipo de proyectos con microaportaciones que permitan su realización y al mismo tiempo nos permitan gozar de su consumo posterior.
Una de las mejores plataformas de crowdfunding que existe en nuestro país es Verkami (www.verkami.com). Desde ahí podemos financiar proyectos de lo más variado: un futuro documental sobre Arcadi Oliveres, con aportaciones desde los 5 hasta los 300 euros (estas últimas, con derecho a recibir un reconocimiento en los títulos de crédito del documental, un DVD, un libro del señor Oliveres, una invitación a la fiesta de final de rodaje, una entrevista en los extras del documental y la posibilidad de asistir al rodaje durante un día entero); o también podemos financiar el tercer disco de Los Madison; o el próximo espectáculo de las Carmelas (Texere); o la tercera muestra de arte sonoro (Vinfonies 2011) que tendrá lugar en Vilafranca del Penedès; o ayudar a Marc Freixas a editar su próximo libro de poemas; y un largo, larguísimo etcétera de proyectos culturales que esperan poder hacerse realidad a través de esas pequeñas aportaciones económicas.
Así es como la cultura se defiende de la barbarie, con imaginación y creatividad. Ahora sólo falta fomentar el consumo cultural de nuestras élites dirigentes y esperar de ellos mucho más compromiso, muchísima más honradez y bastante menos cara dura. Mientras, seguiremos creando y clamando al cielo o a donde sea.
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