Hace ya unos cuantos años que los independentistas oímos hablar de independencia a la hora de desayunar, a la de comer, a la de merendar y a la de cenar. Y algunos, seguramente la minoría, no dejamos de sorprendernos porque pocos años antes teníamos vetado el acceso a los medios de comunicación públicos, éramos denunciados constantemente por atentar contra la seguridad del estado, por apología del terrorismo, por conductas incívicas, por estragos y disturbios, por injurias al honor de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado... y sólo recibíamos, por parte de CIU y buena parte de ERC, unos golpecitos displicentes en la espalda y, como mucho, la recomendación de un buen abogado. También a veces, cuando les interesaba, nos hacían llegar unos cuantos billetes de mil pesetas para “normalizar” carteles, tirar al suelo “toros de Osborne” o colgar banderitas en lugares estratégicos. No hace falta decir que PSC i PPC nos aborrecían y sólo nos miraban para señalarnos.
Ahora
resulta que los independentistas són ellos y nosotros seguimos
siendo una pandilla de idealistas inmaduros que ya no servimos ni
como fuerzas de choque. Ahora la exclusiva del independentismo es una
franquicia principatina (que abandona los territorios que han
resistido durante décadas a una transición que nos dividió hasta
hacernos picadillo) adquirida por los gobernantes liberales y
socialdemócratas catalanes para repartirse el poder y echar todas
las culpas a Madrid, o a los ciudadanos de los otros pueblos
oprimidos de España, llamándolos paletos, aprovechados y ladrones.
Ellos son los poseedores de la voluntad del pueblo y a propósito de
ello son los que organizan las manifestaciones, las cadenas humanas y
los conciertos: actos de desagravio que deberán conducirnos a un
futuro espléndido, sin parásitos adheridos a nuestra piel, hasta
convertirnos en la primera potencia mundial y colmar así las
expectativas que Dios depositó en nosotros cuando nos nombró el
pueblo elegido.
Pero
nada de ello les saldrá gratis. La independencia, por mucho que se
empeñen, no es transversal. Algunos, la minoría, pero una minoría
necesaria, imprescindible creo yo, no queremos una fotocopia de
España, ni una secesión que catapulte a la cima del poder a la
clase dirigente de esta Cataluña mediocre que no sólo nos ha
destrozado a nosotros sino que ha condenado al resto de pueblos
ibéricos a sufrir una cleptocracia sangrante desde el año 75 hasta
nuestros días. Algunos no estamos dispuestos a que la independencia
les salga gratis y exigimos un país que rompa con el franquismo y
sus perpetuadores, un país democrático gobernado por los ciudadanos
y no por los plebeyos del capitalismo, un país libre de ladrones y
corruptos que utilizan las banderitas nacionales para taparse las
vergüenzas. Un país donde las instituciones sean propiedad de sus
habitantes y no de unos pocos manipuladores ocultos bajo las
vestimentas de los antidisturbios. Un país con una justicia igual
para todos, para los yernos, hijos y hermanos de todo el mundo.
No
somos todos, ni somos muchos, pero tenemos memoria. Sabemos que CIU
se ha pasado la vida entera construyendo España: la que tenemos
ahora: propiedad de los bancos, de los marqueses y los
especuladores, con su 26% de paro, con una clase política viciada y
corrupta, con una democracia de chiste presidida por un monarca
patético,... Sabemos que CIU ha tenido y tiene la posibilidad de
convocar un referéndum constituyente y no lo ha hecho ni lo hace, ni
piensa hacerlo. Sabemos que nuestra Cataluña engloba Salses y
Guardamar y Fraga y Alguer, sabemos que compartimos lucha con muchos
otros pueblos del mundo pero de manera muy muy muy especial con el
pueblo andaluz, con su Sindicato Andaluz de Trabajadores, con los
comuneros castellanos, con la CSI asturiana, con todos aquellos que
luchan por romper España en mil pedazos y construir una democracia
desde la raíz. Somos pocos pero molestamos mucho.
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