10.02.2012

Una jugada maestra


Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Cataluña, ha decidido, en contra de lo habitual en la política nacional, cumplir con uno de los puntos de su programa electoral: llegar a un pacto fiscal con el gobierno español. Eso sí, antes de ver cumplido su compromiso, ha decidido, de paso, que todos olvidemos su política de recortes en educación, cultura y sanidad y ha conseguido ya que las movilizaciones ciudadanas se limiten a ser marchas en apoyo al líder.

Para los que somos independentistas y hemos sufrido el acoso policial y judicial, el menosprecio social, el vacío de los medios de comunicación y la displicencia del nacionalismo de derechas durante lustros, no podemos ocultar cierto sabor agridulce ante la firmeza de Mas cuando sostiene que Cataluña necesita un estado propio. Pero no debemos olvidar que este Artur Mas es ese Artur Mas que corrió a las faldas de Zapatero para pactar, con nocturnidad y alevosía, un Estatut que rebajase las ansias de autogobierno del tripartito, ante el caos que, según él, generó el anterior gobierno batallando por una financiación que superase las décadas de lamentos y limosnas del señor Pujol padre. También hay que  recordar que Artur Mas no decide proclamar la independencia unilateralmente (probablemente contaría con mayoría de votos favorables en el Parlament), ni pretende convocar ipso facto una consulta popular (legitimada por el Estatut que él mismo pactó). No. El señor Mas pretende convocar unas nuevas elecciones, una vez neutralizados los partidos que sí son independentistas (ERC y SI) y teniendo desconcertados a los partidos que en el terreno nacional nunca se han acabado de definir (PSC e IC). Convocándolas pretende, claro, obtener una mayoría absoluta aplastante que le deje el terreno completamente libre y abonado para hacer y deshacer a sus anchas, libre de competencia y volviendo a recuperar la exclusiva de la bandera, libre del yugo del PP y con una ciudadanía boquiabierta e ilusionada, dispuesta a seguir ciegamente hacia ese horizonte que no nos explica porque sabe que puede pintarlo cómo y dónde le dé la gana.

Sospecho que su aventura, de momento, servirá para ganar tiempo y se traducirá en cuatro años de negociaciones y reformas y lamentos y horizontes infinitos, mientras nos recortan, pintan y colorean, haciendo ver que todo avanza hacia un fin paradisíaco, cuando todo sigue igual o parecido. Y en cuatro años, otras elecciones y otra mayoría absoluta. Y otra vez a negociar, a consultar y, sobretodo, a tragar.

Ojalá me equivoque. Ojalá dentro de cinco años lea este artículo y me ría de mi ceguera. Y viva en una república catalana libre, con partidos que no se financian ilegalmente a través del robo, sin reyes que firmen indultos a corruptos de partidos en el poder, sin líderes nombrados a dedo por sus antecesores, sin policías que oculten su identificación para mantener su inmunidad, sin medios de comunicación públicos inspirados en el NODO, sin administraciones duplicadas y triplicadas para dar cabida a todos los amiguitos, familiares y acreedores, con un sistema electoral de listas abiertas que favorezca la democracia de verdad y con una constitución que permita los referendos vinculantes para que los ciudadanos podamos decidir no sólo la libertad de nuestro país, sino nuestra propia libertad.

Jordi Barberà Argilaga