10.17.2011

Financiación en masa (publicat al Diari de Tarragona 14-10-2011)



Durante los años de bonanza económica para los trabajadores y pequeños empresarios —ahora sólo lo son para el sector financiero y los especuladores—, las políticas culturales de muchos ayuntamientos y administraciones públicas en general consistían básicamente en abastecer de subvenciones a las entidades y asociaciones culturales, cívicas o sociales; a parte, claro está, del dispendio de las fiestas mayores: siempre dirigido a satisfacer a todos los públicos y a superar la juerga del año anterior.

Este tipo de política a corto plazo, dirigido sólo a volver a ganar las próximas elecciones municipales, ha comportado (con las actuales restricciones del presupuesto) la desaparición, prácticamente total, de la pequeña industria cultural y ha ahuecado la capacidad de movilización y de actuación de las asociaciones culturales. Y es que, una vez recortadas las partidas con más gasto —sanidad y educación—, la cultura aparece —o deberíamos decir: reaparece— como el elemento más frágil y prescindible; y, como casi siempre, eso comporta la evaporación de proyectos que nunca habían sido nada más que humo, pero también el fin de proyectos sólidos, serios y de largo recorrido que sufrirán la asfixia de la repentina obsesión por frenar el déficit.
Ante este panorama, podemos y debemos clamar al cielo —o a donde sea— y lamentar la ceguera de los políticos que, para salvar sus reinos de taifa, no se les ocurre nada más que quitarse una mísera paga extra, pero sin renunciar a seguir con las multiplicidades administrativas o con pensiones y privilegios que sólo gozan ellos y no el resto de mortales. Pero a parte de ese clamor necesario, también podemos cobijarnos al abrigo de nuevas formas de activismo cultural, como el crowdfunding (o financiación en masa): Se trata de ayudar a financiar todo tipo de proyectos con microaportaciones que permitan su realización y al mismo tiempo nos permitan gozar de su consumo posterior.

Una de las mejores plataformas de crowdfunding que existe en nuestro país es Verkami (www.verkami.com). Desde ahí podemos financiar proyectos de lo más variado: un futuro documental sobre Arcadi Oliveres, con aportaciones desde los 5 hasta los 300 euros (estas últimas, con derecho a recibir un reconocimiento en los títulos de crédito del documental, un DVD, un libro del señor Oliveres, una invitación a la fiesta de final de rodaje, una entrevista en los extras del documental y la posibilidad de asistir al rodaje durante un día entero); o también podemos financiar el tercer disco de Los Madison; o el próximo espectáculo de las Carmelas (Texere); o la tercera muestra de arte sonoro (Vinfonies 2011) que tendrá lugar en Vilafranca del Penedès; o ayudar a Marc Freixas a editar su próximo libro de poemas; y un largo, larguísimo etcétera de proyectos culturales que esperan poder hacerse realidad a través de esas pequeñas aportaciones económicas.

Así es como la cultura se defiende de la barbarie, con imaginación y creatividad. Ahora sólo falta fomentar el consumo cultural de nuestras élites dirigentes y esperar de ellos mucho más compromiso, muchísima más honradez y bastante menos cara dura. Mientras, seguiremos creando y clamando al cielo o a donde sea.

10.03.2011

Avergonzado de ser profesor (article publicat al Diari de Tarragona l'1-10-11)



Ser profesor en este país da vergüenza. Es un timo para aquellos que hacen bien su trabajo, un timo a las familias y un timo a los futuros ciudadanos. Para ser profesor en este país, uno estudia lo que le da la gana en la universidad y después tiene que estudiar un postgrado que le capacite como docente (antes le llamaban CAP): pues es un timo, le llamen como le llamen. Los docentes del CAP no saben nada sobre la enseñanza en secundaria y, si saben algo, lo guardan celosamente. Nadie, después de hacer el CAP, sale más capacitado que antes de hacerlo. Nadie. Pueden preguntar a los que lo pasan. Nadie.

Después de aprobar una carrera universitaria y de estudiar un postgrado inútil, tienen que apuntarse a unas listas de sustituciones y, en función de unos parámetros casi mágicos que controla un “programa informático”, con la ayudita de la varita mágica de algún funcionario con ganas de jugar al “dónde está la bolita”, te vas a un instituto que no conoces de nada, donde no conoces a nadie y, al cabo de media horita, te meten en una clase que no has podido preparar, de la que no sabes nada y donde no conoces tampoco a nadie. A veces no sabes ni la materia que vas a impartir.

Pero no hay que preocuparse, que no cunda el pánico, da igual como hagas tu trabajo. A nadie le importa lo más mínimo. Nadie. Repito, nadie, va a entrar en tu clase para decirte si lo haces bien o mal. A nadie le importa si la dirección está satisfecha con tu trabajo, si los alumnos aprenden y muestran interés por la materia, si los padres se sienten apoyados. Da igual. Cuando acabas la sustitución vuelves a ser un numerito y así te pasas el curso. Pero no todo el curso, porque cuando se acercan las vacaciones de navidad, o las de semana santa, o las magníficas vacaciones de verano, el funcionario o funcionaria a quien sustituyes de repente se recuperará y volverá a estar al cien por cien para dar cuatro clases e irse a esquiar a Baqueira o de safari a Tanzania.

Si un año, por casualidad, has conseguido trabajar los seis últimos meses de curso, puedes cobrar el mes de julio, pero a cambio debes presentarte a oposiciones. Allí te tratarán como a un desgraciado que osa aspirar al Olimpo de los dioses. Te preguntarán sobre un temario absurdo y deberás volver a explicar lo ya te explicaron en bachillerato y en la universidad. Deberás presentar una programación didáctica y defenderla ante el tribunal. Y si tienes suerte, puede que te aprueben, e incluso que te pongan un notable. Pero eso tampoco sirve de nada. De nada. Resulta que lo más valioso, una vez superada la prueba, es el tiempo que llevas trabajado; no la calidad de tu trabajo, sino el tiempo cotizado en la seguridad social. Pero tampoco vale el tiempo trabajado en empresas privadas o como autónomo. No. Sólo el tiempo que has estado ocupando un espacio con tu trasero en una silla de un instituto público.

Si por casualidad apruebas, ya está. Lo has conseguido. Ya puedes seguir yendo a trabajar o a no trabajar. A nadie le va a importar lo más mínimo. Sólo tienes que cumplir unos requisitos facilísimos: si no vas a trabajar pide la baja (y acuérdate de volverte a dar de alta cuando se acerque la navidad, la pascua y el verano), no toques a ningún alumno (aunque esté a punto de inmolarse), intenta que ningún padre o madre te denuncie. Con esto es suficiente. Y si no apruebas las oposiciones, no te deprimas. Seguirá sin importarle a nadie como hagas tu trabajo, pero deberás estar pendiente, todos los lunes, miércoles y viernes del numerito que el “programa informático” decida que tiene trabajo. Eso sí, no podrás quejarte ni hacer ninguna consulta. Porque nadie, nadie, contestará a tus preguntas en las direcciones de correo que se supone que están a disposición del personal docente. Tampoco nadie te atenderá al teléfono y, si gozas de tiempo libre y de muy poca dignidad, y te desplazas hasta el Departamento de Personal, de 12 a 14 horas, sólo de 12 a 14 horas, podrás hacer un poquito de cola y entrar en un despacho con un montón de señores y señoras sorprendidos de tu osadía que te responderán que tus problemas son fruto del sistema informático, o de los de arriba, o de que tu te olvidaste marcar una crucecita en la opción correspondiente, esa semana de febrero que salió en el DOGC que los profesores sustitutos de secundaria podían activar la opción de no se sabe qué. Lo dicho, una vergüenza.

Jordi Barberà Argilaga
Diseñador gráfico y editor