7.30.2011

cantata


Imaginem ara que tu i jo som
tot allò que tu i jo desitjaríem
imaginar que som en un nou món
sense desitjos. Tu i jo sols, sense res,
agafats de la mà a contrallum,
en un pòster penjat a la paret
de la nostra habitació de quan
teníem sis anys i no desitjàvem
imaginar res perquè ho érem tot.

7.28.2011

Lost in translation (Diari de Tarragona, 25-07-11)


La globalidad de la red y su capacidad de acercar individuos de todos los continentes, de aglutinar grupos con intereses convergentes y de convertir la creatividad y el negocio en un mercado transfronterizo, todavía choca con la capacidad del ser humano de hablar distintas lenguas y con su incapacidad de hablarlas todas. De ahí que las aplicaciones informáticas dedicadas a facilitar la traducción de textos o el reconocimiento de voz y la posterior traducción del audio de los vídeos, sean aplicaciones con una gran proyección de futuro.

Ya hemos empezado a saborear la arcadia prebabélica con el servicio de traducción automática de páginas web que ofrece Google desde su buscador, o con su traductor de texto entre más de 50 lenguas: del inglés al japonés, del japonés al yiddish, del yiddish al catalán y de ahí al español; con la posibilidad de escuchar el texto traducido con una entonación bastante notable, en la mayoría de los casos.

Pero una lengua es algo más que una equivalencia léxica o una correspondencia sintáctica: la lengua es creativa, dúctil, simbólica, metafórica, contextual y, de momento, las máquinas todavía son incapaces de captar su versatilidad, su sutileza y sus matices. Y precisamente por ello, podemos disfrutar de su imperfección y dedicarnos a contemplarla: por ejemplo, traduciendo un verso de T.S. Eliot, el que inaugura el segundo de sus Cuatro cuartetos, East Coker, y que, en la versión original, reza así: “In my beginning is my end” —que en la magnífica traducción de nuestro paisano Esteban Pujals se traduce como “En mi principio está mi fin”. Pues bien, después de traducir la versión inglesa al japonés (con la aparición de la encantadora magia de los kanjis, combinados con el alfabeto hiragana), del japonés al yiddish (aquí con la magia añadida del alfabeto hebreo), del yiddish al catalán y de la versión catalana a la española, Google nos ofrece una versión de resonancia profunda y apocalíptica, que da gusto escuchar filtrada por la voz automática de la aplicación del buscador: “El comienzo de mi final de mi”. No es una buena traducción pero tiene el encanto de la imperfección. Si nuestro nacimiento ya presupone nuestra muerte, estaremos de acuerdo con Google que cualquier instante es el pistoletazo de salida del fin de nosotros mismos.

Mi amiga Caterina Balcells —lingüista y filóloga y algo parecido a una activista cultural militante— me advierte que algún poeta novísimo se dedica a recitar versos de Neruda retraducidos al español después de un largo viaje a través de otras lenguas y que el resultado del experimento es francamente esperanzador; no para el mundo de la traducción,claro, pero sí para el mundo de la poesía.

Limitándonos a temas y aplicaciones más prosaicos, tenemos la posibilidad de visionar un número cada vez mayor de vídeos colgados en Youtube con su correspondiente reconocimiento de voz y traducción. A pesar de sus imperfecciones, si conocemos mínimamente la lengua original, los subtítulos nos acompañan y nos ayudan a entender con mayor rapidez; aunque, eso sí, deberemos ser capaces de prever los errores. Si nos atrevemos a intentarlo, podremos gozar con los canales educativos de Youtube y asistir a clases de Estructura e interpretación en el Massachusetts Institute of Technology; escuchar el emotivo discurso pronunciado por Steve Jobs (fundador de Apple), el año 2005, en la Universidad de Stanford, después de conseguir sobrevivir a su familia, a su empresa y a un cáncer de páncreas; o un curso entero sobre la muerte impartido por el filósofo de la Universidad de Yale, Shelly Kagan.

7.17.2011

Una comunicación digna ( Diari de Tarragona, 08-07-2011)

Uno de los puntos fuertes del movimiento 15M, también conocido como movimiento de los indignados, ha sido su capacidad de comunicación. Su protesta se extendió horizontalmente a través de las redes sociales (especialmente Twitter) i consiguió movilizar a miles de ciudadanos sin ningún otro objetivo final que la protesta ante un sistema político y económico que, desde hace unos años (los años en que la economía de España estuvo a punto de salirse del gráfico), no hizo nada más que utilizar a los ciudadanos como las piezas clave para seguir creciendo económicamente y para seguir viviendo políticamente.

Pero el movimiento también ha tenido la capacidad de mantener durante muchísimos días (que en los tiempos que corren es mucho tiempo) todos los focos mediáticos nacionales, y una parte de los internacionales, pendientes de ellos, de sus reivindicaciones, de sus pasos adelante y de sus retrocesos. El movimiento ha sido capaz de emocionar e ilusionar, de juntar a los jóvenes rebeldes, a los asalariados que creían que el sistema les permitiría hacerse ricos sin mucho esfuerzo, a los profesionales liberales que nunca se han tomado muy en serio la prosperidad que les vendían y a los jubilados hartos de ver finales de ciclo. Todos bajo un mismo techo: el movimiento 15M (de claras reminiscencias revolucionarias), unidos por una etiqueta: los indignados (de clara evocación ciudadana y sin ninguna reminiscencia revolucionaria), organizados en comisiones donde aportar lo mejor de cada uno, todos líderes y todos pueblo.  Entre los que formaban parte de las comisiones de comunicación había periodistas que sabían como incidir en los medios, como explicarse; diseñadores gràficos expertos en decir con una imagen, con un logotipo de la Plaza Catalunya, con unos lemas imaginativos, simbólicos, irónicos, con el toque justo de contundencia, sin agresividad.

Sin duda, para que un movimiento así tenga éxito es necesario un caldo de cultivo generado en organizaciones sociales y políticas de base durante mucho tiempo, en la situación de retroceso económico, en la falta de expectativas que evidencian las cifras de paro y las proyecciones de futuro de los economistas (los mismos que antes de la crisis tampoco acertaban en sus proyecciones), pero también en la coherencia de determinados mensajes, en la corrección de las formas (con alguna salida de tono), en las ganas que duermen dentro de todos nosotros de dar un golpe en la mesa y advertir a los que mueven los hilos que sabemos que somos marionetas en sus manos pero que, si cortamos los hilos, se pueden quedar sin sus juguetes favoritos y de paso arriesgar las yemas de sus dedos. Y el resto de la magia lo puso la forma de protesta: vivir bajo la lona de una tienda de campaña, en el mismísimo centro de la polis, sin fecha de caducidad, trabajando y viviendo gratis.

Parece claro que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, sin ser una panacea ni una solución, sí son un instrumento importantísimo para influir en los medios de comunicación y para organizar a los ciudadanos cuando necesitan dar ese manotazo en la mesa del jefe y pedir un aumento de dignidad. Y es que Internet trasciende los cables, las pantallas y los teclados, Internet nos recuerda que la tecnología y el conocimiento ya son democráticos, que todos estamos interconectados no a través del móvil, sino de la inteligencia; y que los políticos no pueden vivir al margen, celosos de su poder basado en el vacío. Los ciudadanos no necesitan a los políticos, sino los políticos a los ciudadanos. Los políticos no deben servirse de los ciudadanos sino los ciudadanos de los políticos.

7.04.2011

Des de l'interior de Déu


Des de l'interior de Déu, dels mobles, de la mateixa
fusta; dins, en la fondària, el doblec, l'escletxa
de llum, l'almívar dels temps, el naufragi de les hores.

Des del centre mateix de Déu: la tarda,
la caiguda del somni. El silenci atia la bullentor
de la pedra: el seu pes i quietud, la potència
d'esquerdar-se en la caiguda lliure cap al lloc
que ocuparà el teu cos al cementeri.

Arribar i adonar-se de l'abandó, saltar
entre les desfetes dels naufragis precedents,
prendre el sol sobre una gandula
i somiar amb tornar a ser el mort.

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Desde el interior de Dios, de los muebles,
de la mismísima madera; dentro, en la hondura,
el pliegue, la grieta de luz: el almíbar de los tiempos,
el pecio de las horas. Desde el mismo centro de Dios:
la tarde, la caída del sueño. El silencio azuza el hervor
de la piedra: su peso y quietud, la potencia de romperse
en la caída libre hacia el lugar que ocupará tu cuerpo
en el camposanto. Arribar y percatarse del abandono,
saltar entre los desechos de los naugragios precedentes,
tomar el sol sobre una tumbona y soñar con volver a ser el muerto.