7.28.2011

Lost in translation (Diari de Tarragona, 25-07-11)


La globalidad de la red y su capacidad de acercar individuos de todos los continentes, de aglutinar grupos con intereses convergentes y de convertir la creatividad y el negocio en un mercado transfronterizo, todavía choca con la capacidad del ser humano de hablar distintas lenguas y con su incapacidad de hablarlas todas. De ahí que las aplicaciones informáticas dedicadas a facilitar la traducción de textos o el reconocimiento de voz y la posterior traducción del audio de los vídeos, sean aplicaciones con una gran proyección de futuro.

Ya hemos empezado a saborear la arcadia prebabélica con el servicio de traducción automática de páginas web que ofrece Google desde su buscador, o con su traductor de texto entre más de 50 lenguas: del inglés al japonés, del japonés al yiddish, del yiddish al catalán y de ahí al español; con la posibilidad de escuchar el texto traducido con una entonación bastante notable, en la mayoría de los casos.

Pero una lengua es algo más que una equivalencia léxica o una correspondencia sintáctica: la lengua es creativa, dúctil, simbólica, metafórica, contextual y, de momento, las máquinas todavía son incapaces de captar su versatilidad, su sutileza y sus matices. Y precisamente por ello, podemos disfrutar de su imperfección y dedicarnos a contemplarla: por ejemplo, traduciendo un verso de T.S. Eliot, el que inaugura el segundo de sus Cuatro cuartetos, East Coker, y que, en la versión original, reza así: “In my beginning is my end” —que en la magnífica traducción de nuestro paisano Esteban Pujals se traduce como “En mi principio está mi fin”. Pues bien, después de traducir la versión inglesa al japonés (con la aparición de la encantadora magia de los kanjis, combinados con el alfabeto hiragana), del japonés al yiddish (aquí con la magia añadida del alfabeto hebreo), del yiddish al catalán y de la versión catalana a la española, Google nos ofrece una versión de resonancia profunda y apocalíptica, que da gusto escuchar filtrada por la voz automática de la aplicación del buscador: “El comienzo de mi final de mi”. No es una buena traducción pero tiene el encanto de la imperfección. Si nuestro nacimiento ya presupone nuestra muerte, estaremos de acuerdo con Google que cualquier instante es el pistoletazo de salida del fin de nosotros mismos.

Mi amiga Caterina Balcells —lingüista y filóloga y algo parecido a una activista cultural militante— me advierte que algún poeta novísimo se dedica a recitar versos de Neruda retraducidos al español después de un largo viaje a través de otras lenguas y que el resultado del experimento es francamente esperanzador; no para el mundo de la traducción,claro, pero sí para el mundo de la poesía.

Limitándonos a temas y aplicaciones más prosaicos, tenemos la posibilidad de visionar un número cada vez mayor de vídeos colgados en Youtube con su correspondiente reconocimiento de voz y traducción. A pesar de sus imperfecciones, si conocemos mínimamente la lengua original, los subtítulos nos acompañan y nos ayudan a entender con mayor rapidez; aunque, eso sí, deberemos ser capaces de prever los errores. Si nos atrevemos a intentarlo, podremos gozar con los canales educativos de Youtube y asistir a clases de Estructura e interpretación en el Massachusetts Institute of Technology; escuchar el emotivo discurso pronunciado por Steve Jobs (fundador de Apple), el año 2005, en la Universidad de Stanford, después de conseguir sobrevivir a su familia, a su empresa y a un cáncer de páncreas; o un curso entero sobre la muerte impartido por el filósofo de la Universidad de Yale, Shelly Kagan.

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