Si algo bueno tienen las crisis económicas a las que periódicamente nos somete nuestro sistema es la evidencia de la nulidad de los políticos que pretenden hacernos creer que nos representan. Son el producto de años de sumisión y pericia en la gestión de las relaciones dentro de la mecánica implacable de su partido, que les enseña a arrimarse al sol que más calienta, a decirle a cada uno lo que quiere oir y a hacer lo que las circunstancias manden, ignorando lo dicho y hecho con anterioridad o lo que crean o piensen sus teóricos representados.
Esta manera de proceder no sólo está muy extendida, sino que goza del beneplácito casi general. De ahí que un aspirante a presidir el gobierno de España pueda pasarse una campaña electoral entera prometiendo a diestro y siniestro que no subirá los impuestos, sabiendo ya de antemano que deberá hacerlo; y que obtenga el voto de una mayoría absoluta de ciudadanos que lo votan bajo esa promesa con la certeza de que no la cumplirá.
En medio de este juego perverso hay quien se divierte e incluso quien encuentra inspiración para escribir sus memorias. Otros nos retorcemos de indignación e incredulidad cada vez que asistimos al espectáculo de las declaraciones vacuas de los políticos que anuncian austeridad y recortes pero que son incapaces de hacer reformas en profundidad. Un ejemplo de esta manera de proceder son las recientes declaraciones del portavoz del PP en el Senado, el señor José Manuel Barreiros, que parece no entender el gasto de tener que traducir las intervenciones de los senadores cuando todos son capaces de hablar y comprender una lengua común; y en cambio no parece dispuesto a aplicar la misma sensibilidad “económica” cuando se trata de ahorrar en su sueldo y pensión y en los sueldos, pensiones y pequeños reinos de taifa (presidencia, mesa del senado, junta de portavoces, comisiones, diputación permanente, grupos parlamentarios, grupos territoriales) de los 266 diputados que llenan una cámara absolutamente inútil. A parte de sus sueldos y pensiones, nos ahorraríamos la administración, seguridad, limpieza, y manteniento de instalaciones (entre las cuales cuentan con un aljibe, así llaman a la piscina cubierta climatizada; cocina, comedor, gimnasio con vestuarios y saunas, etc).
Otros días, en cambio, parece que se levantan más lúcidos y en vez de bombardearnos con recortes y tijeretazos nos dan lecciones de sentido común y nos riñen por habernos dejado seducir por los cantos de sirena del dinero fácil (ellos! que sacrifican sus vidas en pro del bien común y que siempre aseguran que si no chuparan de la política tendrían sueldos millonarios en la empresa privada). Pues bien, esos otros días nos cuentan que nuestro país no tiene un sistema educativo sólido, que no es suficientemente productivo, que no tiene un tejido industrial potente, que le faltan timoneles valientes y atrevidos capaces de dirigirlo a buen puerto sin dejarse engañar por islotes que a simple vista parecen paraísos pero que no tienen ningún futuro. Y nosotros escuchamos, sorprendidos de su repentina inteligencia, y asintiendo con convicción les aplaudimos con las orejas.
Y de repente, leemos el periódico y despertamos del sueño. Encontramos al timonel en portada vendiéndonos un casino immenso, lleno de posibilidades, puestos de trabajo y constructores buscando un enchufe donde volver a conectar la hormigonera. Una lluvia de billetes cayendo del cielo azul de este maravilloso país de las maravillas. Y respiramos aliviados y liberados de la responsabilidad sobrevenida de tener que construirnos un futuro con esfuerzo y tesón.
Jordi Barberà Argilaga
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