1.23.2012

web 2.0 (publicada al Diari de Tarragona, 10 gener 2012)


Hemos oído hablar incansablemente de la web 2.0. Todo, desde hace unos años, es la segunda versión del original. Los programas de televisión y radio se renombran y reinventan con el 2.0. Los libros se retitulan, reeditan o incluso nacen ya con la coletilla 2.0. Pasa un poco como con el famoso 3D: ahora los musicales son en 3D, los artículos son en 3D, la vida entera está en 3D. Como pasa siempre con estas coletillas, normalmente no son nada más que un recurso fácil para maquillar lo ya conocido y acaban por desvirtuar el significado original.

La web 2.0 supuso el paso de las páginas estáticas, que más o menos bien diseñadas y organizadas, no eran nada más que una especie de revista o de folleto informativo sobre la empresa, la asociación, etc; a una plataforma fácilmente actualizable por el autor y que permite la interactividad y la conexión con las redes sociales. En definitiva, se trata más de un espacio abierto, de un punto de encuentro entre gente con intereses comunes, entre clientes y empresa, que de un anuncio o un pamfleto. Es importante, pues, tener claro el concepto y no confundir la interactividad y la horizontalidad de las webs 2.0, con las simples virguerías técnicas, que si bien pueden ser muy espectaculares, no resultan ni útiles ni atractivas para el nuevo modelo de consumidor.

Hoy, cuando buscamos información o queremos comprar en la red, nos interesa saber quien genera los contenidos, qué opinan los clientes, los consumidores, y queremos poder enriquecer los proyectos con nuestra aportación, que se nos aclaren dudas y que se atiendan nuestras quejas. De ahí que muchos sitios web se hayan convertido en gestores de ofertas o en comparadores de tarifas y servicios. Se ha pasado del puro lenguaje persuasivo de la publicidad de los últimos tiempos, al busque, compare y si encuentra algo mejor: cómprelo. Y al cambiar el concepto también han cambiado las formas, el diseño. Ya no se trata de proyectar la imagen de la empresa concebida en un estudio de diseño gráfico lleno de postadolescentes con bigote y patillas, sino de hablar de los productos, compararlos, conocer a los ingenieros, comentar sus defectos, sugerir innovaciones y mantenernos informados sobre noticias relacionadas con el producto o sus utilidades. Es, de alguna forma, la democratización de la producción de los bienes de consumo y de su promoción.

Un ejemplo de este tipo de nueva mentalidad es la que provocó que varias marcas comerciales de la industria alimentaria retiraran la publicidad del programa La noria, después de cruzar lo que muchos espectadores entendieron como una linea roja de la ética periodística: Jordi González, el presentador, entrevistó, a cambio de 10.000 euros, a la madre de el cuco, un menor condenado por encubrir la desaparición y presunto asesinato de Marta del Castillo. Aunque como todo en el circo de la comunicación, no se sabe si todos estos “movimientos éticos” de las empresas anunciantes ayudan o perjudican a la ética periodística: el programa que emitió la entrevista tuvo casi dos millones de espectadores, pero el que le siguió, después de la difusión de la noticia sobre la retirada de los anunciantes, llegó casi a dos millones y medio de espectadores (casi el 20% de cuota de pantalla).

Más allá de la anécdota, cada vez es más patente el poder de los consumidores. Ahora ya sólo nos queda empezar a trasladar estos mecanismos a nuestro sistema democrático. Que los avances tecnológicos sirvan para controlar mejor los recursos y a los representantes públicos, para incidir en sus decisiones, corregir errores y hacer la vida más fácil a todos los ciudadanos.

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